“Don Maño Calle” el último cerrajero de Cañar


El oficio de cerrajero en la actualidad se puede considerar como un arte y generalmente es trasmitido de padres a hijos o de persona a persona, aunque el mentor y el aprendiz no sean familiares. En la actualidad, hay escuelas técnicas especializadas en enseñar el oficio de la cerrajería, además de un sinfín de manuales y guías para practicar, si se quiere aprender el oficio.
La historia nos dice que, en épocas de los cañaris e incas, se elaboraba objetos en metal y oro, luego de la conquista y con la llegada del caballo, este oficio se estableció en la región, ya que se elaboraba herraduras, clavos de herraje, frenos, estribos, espuelas y jáquimas; para viviendas las cruces, adornos, candados, cadenas, cerraduras, machetes, cuchillos, así como se daba mantenimiento de revólveres y escopetas.
En el cantón Cañar, de lo que se conoce en el siglo XIX y XX, varias familias se dedicaban a trabajar en este oficio de la cerrajería, una de ellas es la familia Calle, de los cuales, solo queda uno de sus hijos, don Manuel Calle, más conocido por sus amigos, vecinos y clientes como “Don Maño”, de 74 años de edad, que ha logrado mantener todavía esta tradición.
Para conocer sobre el trabajo del último cerrajero tradicional de Cañar, acudimos hasta su taller, ubicado entre las calles Bolívar e inicios del popular Chivilpamba, hoy Carrera Cuenca.
Allí encontramos al personaje, con su habitual carisma amistoso. “Don Maño”, trabaja de manera rústica, de hecho, todo su taller y su vivienda tiene ese aspecto, imagen que se funde entre el barro y la piedra de la calle.
Lo encontramos dando forma a un pedazo de hierro, golpeando con un combo de 16 libras. Su herramienta para dar forma a los objetos es rústica, su local se compone de un pequeño cuarto de bahareque, en un rincón se ubica un antiguo fogón de adobe, en donde se calienta el hierro a más de 80 grados, un rústico soplador, instalado en una caja grande de cuero y madera, que se ejecuta con el movimiento de su pie o con la mano, con un movimiento de abajo hacia arriba.
Esta especie de soplador llamada fragua, genera el aire para que el carbón encienda la llama que sirve para fundir al rojo vivo el metal, que luego golpeándolo se da forma a determinados objetos, como llaves, oces, cruces, figuras de animales, tupos para rebosos que usan las mujeres indígenas, picos y rejas; piezas para carabinas, bombas de fumigación, rociadores para riego, frenos de caballo, espuelas, estribos, rejas, cuchillos, etc.
“Don Maño” Calle, narra que desde los 15 años de edad empezó a trabajar con su padre, lleva mas de 60 años en el oficio, sirviendo a toda la colectividad “es un arte duro, de esfuerzo, pero es apasionante” dice el humilde cerrajero.
Este oficio lo hace por conocimiento propio, aprendió de su padre, es un arte de emociones y que da gusto de trabajar. Cuenta, además, que antes había muchos artesanos en este oficio, varios de ellos han muerto y otros se retiraron, porque en la actualidad ya no es rentable. “Yo diría que soy el único, cerrajero en Cañar, aquí no hay otro, veo a este arte como un patrimonio, herencia de mi padre”, dice.
Los curiosos y amigos ingresan a ver como realiza el trabajo, otros para abrigarse de las gélidas tardes de Cañar, mientras escuchan una de esas dulces anécdotas del Cerrajero. “Mi taller es una reliquia, atiendo de 08:00 a 18:00 horas todos los días, haya o no obras, yo abro mi local y recibo a todos”.
“Don Maño” nos muestra un paquete de herrajes para caballo, elementos que antes fabricaba en su taller, y que en la actualidad resultaría muy costoso, en referencia del precio que se consigue en las ferreterías.
Hoy elaboran todos los materiales a bajo precio, el paquete de cuatro herrajes que le dejaron para colocar en las patas de un caballo cuesta dos dólares, a 50 centavos cada uno, fabricados con tecnología moderna, mientras en su taller, el carbón, el trabajo y el tiempo costaría el doble y eso no representa ganancia; “tampoco me pagarían ocho dólares”, asegura.
“Los vecinos del barrio, chicos y grandes me visitan, vienen a conversar y a abrigarse del frio”, comenta, mientras recuerda que antes en su horno se asaban patas y cabezas de res y borrego, especialmente los sábados, esto se usaba como ingredientes de las vendedoras de comida en el mercado, “esto también ha desaparecido”, asegura.
El trabajo de la forja y la cerrajería es dura, “trabajo solo, nadie me ayuda, el trabajo es muy pesado, para dar forma al metal hay que golpear con combos de 16 y 18 libras, ya nadie quiere trabajar así, mi anhelo es que el arte de la cerrajería en Cañar no se acabe, que haya alguna persona que aprenda”.
“Don Maño”, pide al gobierno que apoye a los artesanos, como a los sastres que no tienen trabajo, ya que la ropa barata viene de otros países, igual ocurre con los zapateros, ya no hay zapateros artesanales por la entrada de mercadería de otros países, comenta; asimismo ve con pena que los talabarteros y panaderos artesanales desaparezcan.
Gran parte de los niños vienen a ver su arte que es divertido para ellos, algunos que usan juguetes tradicionales como los coches de madera y llantas con ruliman, piden que ayuda arreglarlas para seguir rodando.
“Don Maño” es amigo de todos. Tras su antigua fragua, se esconden muchas historias. Antes se hacían rejas para arados, para ello utilizaba material de rieles de ferrocarril, además en su taller tiene una variedad de llaves de tubo, elaboradas y duplicadas por él y que hoy ya no se usan, la tecnología moderna como el duplicado de llaves y candados ha ido suplantando al oficio.
Antes el trabajo de errar caballos era muy rentable, “todos los días había caballos llenando la calle, los domingos se trabajaba hasta la noche”, dice y nos cuenta una anécdota.
“Hace más de 30 años el transporte desde las comunidades rurales hacia Cañar era en caballo; desde Huayrapungo, los domingos venían decenas de indígenas con su típico sombrero blanco de lana, amarrados la cabeza con pañuelos de colores, predominaba el rojo y verde, ponchos rojos, zamarros negros, cargados chicote de madera enlatada en su espalda y atrás en el anca del caballo, la mujer, vistiendo polleras de colores, cargada a la “huahua” envuelta en anacos de bayeta, sobre la alforja para llevar los víveres.
La mayoría de ellos eran clientes de su padre y conocían al “joven Maño”. “Los dueños de caballos los dejaban encargando en las casas, otros pedían que les coloquen las herraduras, recordar esto es gracioso” nos dice, “ya que hoy todos los lugares donde se guardaba a los caballos o son negocios o garajes de carros”, ¡como a cambiado el tiempo! exclama.
“Todo ha desaparecido, hoy ya no hay caballos, hay más carros y motos. Antes se colocaba herrajes a cuatro o cinco caballos y se decía que es mal día, porque generalmente se hacia el herraje por lo menos a 10 caballos diarios, ahora cada 3 o 4 meses se coloca a un caballo”, cuenta.
Sobre las cruces, relata, que antes se ponía como protección del mal en los techos de las casas nuevas del campo y la ciudad, estas se elaboraban con metal, con adornos como toros, lunas, soles, gallos, para ello se nombraba padrinos y se pasaba la misa, “de aquí venían a llevar las cruces, en desfile, con músicos, con los padrinos y hasta nos dejaban dando comida y trago, porque para eso se hacía fiestas”, narra con una calidez que le caracteriza. “Hoy las costumbres extranjeras y el cambio de religión ya no permiten tener esas manifestaciones populares, todo a desaparecido”, refiere.
En su taller guarda un gigantesco serrucho como reliquia, con esa herramienta se cortaba las tablas de los árboles utilizando la fuerza de varias personas. De sus tres hijos, ninguno ha aprendido el arte, porque no es rentable, “es un arte muy pesado y desaseado, ya nadie aprende, antes todos buscaban el oficio para aprender; mire mis manos así de sucias están; el día que yo muera, muere conmigo este arte, mis hijos tienen otra profesión”.
“Don Maño” promete que su ultimo trabajo será elaborar de manera voluntaria una espada, para colocarla en la mano de Simón Bolívar, cuyo monumento se encuentra colocado en el parque central de Cañar, del cual, hace algunos años, la espada de metal fue retirada por vándalos que acuden al parque, “pese a que las autoridades conocen esta situación, no se han preocupado de reponer, peor castigar a los responsables, la imagen así afea en su entorno y como no hay nadie quien se preocupe, he comenzado a trabajar la espada”, concluye don Manuel Calle, el último cerrajero de Cañar. (I)








