Don Rubén Darío Parra y la primera Banda Municipal de Música de Azogues

Recorriendo por el Archivo Municipal de Historia, “Gerardo Vélez González”, Centro de Documentación del Cantón Azogues, sector de la Vieja Estación, ciudadela Ferroviaria, encontramos a don Rubén Darío Parra Vargas, un ciudadano ilustre de este cantón, que llegaba en ese preciso momento para aportar con la donación de fotografías que dan cuenta de la historia de este pueblo y de la que fue la primera Banda Municipal de Música compuesta por niños, de la que éste personaje fue su integrante hace más de 60 años.
Don Rubén Darío Parra Vargas nació el 7 de enero de 1940, en Azogues, barrio la Amistad, llamado “panteón viejo” antiguamente. A sus 78 años nos cuenta historias muy interesantes de lo que fue Azogues de antaño y sus vivencias con la música.
Se educó en la Escuela Municipal Azogues No. 1, hoy desaparecida. Los alumnos de quinto y sexto grado, a cargo del Capitán Joaquín Guerra, oriundo de Imbabura, formaron en 1950 la Banda de Música que se dedicaba a intervenir en retretas, misas, velorios, marchas, desfiles, pasadas, fiesta y más.
El músico narra que “el señor director de la escuela nos dijo durante la formación para ingresar a clases, quiénes quieren ser músicos den un paso adelante, 80 niños pasamos, nos regaló un mini cuaderno y un medio lápiz y en la mitad del cuaderno nos hizo anotar “Música” con letras grandes.
La banda la conformaban 12 niños y su director, entre ellos, en la Batería, Cesar Vargas, (bombo); Rodrigo Vicuña, (platillos); Virgilio Beltrán, (tambor). Clarinetes: Jaime Yumbla Lucero, Ramón Gomezcuello, y el Capitán Guerra. Cornetines: Florencio Carabajo y los hermanos Rodríguez Naspud. Barítonos Jorge Pérez y Rubén Parra, Luis Lojano (bajo) y Julio Fernández en el bombardón, todos de Azogues y sus alrededores. Muchos de sus compañeros ya han partido de esta vida, yo aún sobrevivo, comenta.
Las clases iniciaban con nociones preliminares, como el concepto de lo que es música, que es sonido, hasta llegar a dar retretas los jueves por la noche y domingos al medio día y por la noche.
Entre los ritmos existentes manifiesta que hace muchos años había una variedad de ritmos encantadores en el país y Latinoamérica, tocaban de todo, incluso apareció el ritmo de Mambo con Pérez Prado y ellos interpretaban ese ritmo que estuvo de moda.
En ritmos nacionales tocábamos Sanjuanes, ritmos de contenidos anticuados como el Capishca, cachullapi , danzante y en lo internacional, merengue, pasos dobles, “lo más difícil en la música para nosotros fue el Himno Nacional y las marchas fúnebres”, es complicado porque es un compilación de sonidos y melodías, su concepto dice, la música es el arte de combinar sonidos para formar con ellos melodías y armonías, entonces el Himno Nacional es una cosa tremenda. En el mundo hay dos marchas fúnebres conocidas como Catacumbas y el Viernes Santo poco popular.
Cuenta que la música se tocaba por nota, y recuerda como iniciaban sus clases. “Las clases se iniciaba con el concepto de música, el sonido, pauta o pentagrama, sus notas y su simbología”.
El joven Rubén Parra en ese tiempo interpretaba el Barítono, es un instrumento de acompañamiento, ya que el sonido principal lo ponían los cornetines y clarinetes, aparte del saxofón.
Los eventos en los que fueron contratados eran las misas de los pases de niños en Azogues, en aquellos tiempos recuerda que Azogues era un pueblo no muy habitado pero con mucha devoción al Divino Niño.
“Recuerdo que había una señorita de nombre Clemencia Luzuriaga y su familia que nos llevaba para la misa, ella nos llevaba para que acompañemos a la pasada del niño que ella velaba, hasta hoy sus descendientes tienen la tradición de pasar la misa el 6 de enero, la costumbre era llevarnos el cinco a su casa y de ahí bajábamos para dejar al Niño en la actual Catedral de la ciudad, por la noche, y el seis de enero regresábamos hacia la parte alta de la ciudad, recorriendo las principales calles hasta llegar a su vivienda y luego nos retirábamos”.
Los niños que conformaban la Banda de la Escuela Municipal de Azogues, tocaban en todas partes, su fama fue creciendo y poco a poco se hicieron más conocidos.
Como parte de sus múltiples anécdotas nos cuenta que “una ocasión los llevaron a los niños a Pindilig, y como era lejos pasamos muchos días allá en las fiestas, éramos inocentes y para salir allá nos fuimos llorando despidiéndonos de nuestros padres, en mi caso solo de mi madre, porque a mi padre le perdí cuando estuve en segundo grado de la escuela”. Las fiestas parroquiales duraban mucho tiempo, ahí pasaron tocando en los atrios de la iglesia, en los patios y casas de los priostes.
Otra fiesta muy importante fue en Chuquipata, el 31 de octubre la fiesta de San Judas Tadeo, ahí solían participar en las retretas y la banda de niños compitió con otras bandas y siempre ganaban el primer lugar, y “el capitán nos abrazaba, decía que se siente muy orgulloso de sus pupilos”.
Nos comparte el recuerdo del día en que a él y a sus compañeros les entregaron los instrumentos, “nos entregaron los instrumentos en las oficinas donde actualmente es Acción Social Municipal, ahí fue la antigua cárcel de Azogues, el capitán Guerra dio el instrumento a cada uno de los aspirantes, su técnica era fijarse en la boca y la embocadura para cada uno de los instrumentos, “era un técnico musical a carta cabal”.
Además nos inculcaba la disciplina militar, recuerdo que una vez con los centavos que nos pagaron había comprado guantes de box y con nuestros mejores amigos nos hacía pelear, también compraba bolas de cuero de más de un siglo de existencia, rellenadas con lana para jugar indor y éstas cuando se mojaban eran muy pesadas, similar a un adoquín y así nos ponía en la cancha.
También comenta que los hacía formar de dos en dos y el pasaba por la mitad, si alguien perdía la formación era castigado físicamente con un pequeño palo de madera de guayacán que era la batuta, “con eso nos daba en la cabeza”.
Los 12 niños conformaban la banda hasta la edad de 15 años aproximadamente.
En el Azogues antiguo las fiestas no eran tan ponderadas como hoy, seguramente por falta de presupuesto, pero había más civismo, asegura. Por ejemplo en las fiestas del 4 de noviembre y 24 de mayo, etc., la enarbolada del símbolo en las oficinas principales, con el Himno Nacional entonado por nosotros se daban en los edificios como Municipio, Gobernación, Gobierno Provincial, Banco de Fomento recién creado a una cuadra del Municipio, hoy parque del trabajo, expresa.
Las retretas eran verdaderas expresiones en un grupo de piezas musicales, “salíamos tocando paso doble español, la escuela Municipal funcionaba donde hoy es la Diócesis de Azogues, caminábamos y se concentraba a mucha gente para disfrutarlas. Recorríamos el convento, la calle Bolívar, caminábamos algunas cuadras hasta llegar al parque. Descansábamos un rato, tocábamos un bolero, valse, pasillo, yaraví algo sentimental y para rematar algo alegre, luego salíamos y hacíamos el mismo recorrido hasta llegar a la escuela, ahí guardábamos el instrumento y cada quien a su casa. Esto se realizaba los domingos al medio día y las noches de 20:00 a 21:00 horas y los jueves solo en la noche”.
Alguna vez le pagaron 100 sucres entre diciembre y la época de Carnaval, era como haberse ganado la lotería, ya que en ese tiempo en vacaciones tejía sombrero de paja toquilla y vendía a seis sucres cada sombrero, era malo para tejer, comenta. Le tocó dejar la música para trabajar y mantener a su familia compuesta por su madre y tres hermanos menores. Se dedicó a la zapatería, oficio que le dio para vivir hasta ahora.
En la actualidad el señor Parra, se dedica a la lectura, es amante de la literatura internacional, “estoy vago y opto por leer, me gusta mucho la lectura y conocer lo que ocurre en el país y el mundo”, comenta.
Pasaron algunos años y la banda se vio obligada a disolverse porque se cambió el alcalde de la ciudad, y luego porque no percibían remuneración, además el alcalde que los contrató para que tocaran en diversos eventos en ese tiempo fue Froilán Segundo Méndez Iglesias y después le sustituyeron Rafael María García Beltrán, Alberto Ochoa Vascones, etc.
Comenta que en esa época ya crecieron los integrantes y que necesitaban sobrevivir. “No había un salario fijo, lo poco que nos daban, eso era secreto del Capitán, no se cuanto sabría cobrar pero según la categoría de los instrumentos nos pagaba, es decir, los que tocaban los instrumentos principales cogían unos centavos más.
Por ejemplo el del clarinete y trombón cobraban más, los de acompañamiento recibían menos; mientras que los de baterías, bombo, platillos y tambor recibían mucho menos todavía”.
Azogues de antaño era muy hermoso, en el tema de educación cuenta que para entrar o salir de clases los formaban en rangos; es decir que quienes iban por la calle Bolívar hacían una fila, los que iban por la Tenemaza otra y así todos salían en grupos y formados.
En el arte dice don Rubén, con una gran emoción, que en aquel tiempo todo el pueblo acudía a los teatros a ver obras teatrales y películas. En ese tiempo el cine Mexicano y los artistas musicales copaban escenarios. De estos episodios se desprenden muchos fragmentos de historias que hoy llaman la atención.
Finalmente don Rubén Parra, hace una conclusión, comparando la música actual con la de antaño. “Antes la música era la poesía hecha canción, hoy se ha desvirtuado tanto que ya no tiene sentido escucharla peor emitir un mensaje positivo”, asegura y deja un mensaje emotivo de superación a los jóvenes que hagan cosas positivas y digan no a las drogas, a los padres de familia en los hogares que inculquen valores. Y a los músicos modernos que creen música pero con sentido y mensaje social y humano. (I)