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El Jahuay Cañari, un canto ancestral

El canto del Jahuay es una construcción cultural de la época colonial de los cañarís con influencias hasta el Chimborazo, hasta donde llegaba su ancestral territorio y el imperio de su horizonte cultural.

La cebada y el trigo en los campos del Cañar maduran entre junio y agosto de cada año. Es entonces cuando los páramos se pintan de amarillo y empieza la cosecha. Para algunas comunidades indígenas apegadas a su cosmovisión, la cosecha es un ritual sagrado que se hace en minga, mientras se canta el Jahuay y se bebe chicha de jora, elaborada con maíz.

Son las nueve de la mañana del sábado 16 de septiembre, en las alturas del Wayraloma o Elevación del viento, por su traducción del kichwa, de la comuna Quilloac, a 15 minutos del cantón Cañar, en lo alto de la montaña se escucha el sonido de una quipa, concha gigante que emite un ruido con el aire, que convoca a la concentración de los comuneros para iniciar la cosecha de trigo.

Decenas de comuneros, hombres y mujeres caminan hacia la extensa cementera del trigal, que está lista para ser segada o cortada, vistiendo sus trajes típicos, que se usan en fechas especiales. En esta ocasión todos se unen en minga para cosechar la gramínea, pero con una característica especial, representar lo que fue el Jahuay en épocas coloniales.

El canto del Jahuay es una construcción cultural de la época colonial de los cañarís con influencias hasta el Chimborazo, hasta donde llegabas su ancestral territorio y el imperio de su horizonte cultural, las grandes haciendas de Azuay, Cañar y parte del Chimborazo que ocupaban miles de hectáreas, necesitaban segar la cosecha; sembraban su trigo, es por eso que los cañaris idearon una metodología, cuyo basamento es la cultura por medio de cantos, rezos, anuncios y danzas, para en varios días completar con el canto del Jahuay y concluir la cosecha.

Para Belisario Ochoa, investigador e historiador cañari, El Jahuay es una ritualidad relacionada con la cosecha, es una ritualidad que surge en la colonia y está vinculada con la hispanización y el Inti Raymi, en donde hay una fuerte presencia de la iglesia católica, en los cantos se puede escuchar haravicus (poesía inca), relacionados con la Pachacama, el Dios creador, el Niño Jesús, es la ultima expresión del Inti Raymi culturizado. Los cantos del Jahuay son propios y exclusivos para esta época, hay varios cantos dependiendo las épocas.

El Jahuay es una palabra cañari que significa arriba, una forma de incentivar a los cegadores, dice tayta José Pichisaca, presidente de la Cooperativa Cañar Capac de Quilloac, quien cuenta que los cañaris en la colonia tenían el Jahuay propio, especialmente aquel que se practicaba en la hacienda de Guantug, y otras haciendas como el Colegio San Rafael, San Pedro, Wayrapungo, entre otras.

En El Jahuay intervienen diversos personajes, entre ellos el mayordomo, que es el administrador de la hacienda o el patrón para los peones; los mayorales, son cuatro auxiliares del mayordomo, estos son los cuidadores que el trabajo de cegar salga bien, al final de la jornada que podría durar hasta cuatro días, reciben una cruz tejida con trigo como homenaje y agradecimiento por parte de los peones.

También están las cuadrillas de segadores, que son quienes cortan el trigo con grandes hoces; los cargadores que trasladan la gavilla hasta el lugar donde se levantará la parva ( montón de espigas de trigo colocadas unas sobre otras en forma de una choza), los parveros, (hombres que arman la parva); los paleros, (hombres que acomodan con grandes palas de madera el trigo en las parvas).

También están las chaladoras (mujeres que recogen el trigo detrás de los que cortan); el quipero, que interpreta la quipa, es quien va avisando para que se cambien los tiempos de descanso de mayor rapidez, da el comienzo y final en la segada; asimismo, están los cantadores que van describiendo en sus letras kichwa cañari varias situaciones de la vida, además anunciando los lugares por donde pasa la cegada y hacen un homenaje al mayordomo y mayorales. Por ultimo los músicos intervienen en los descansos con ritmos de contradanzas cañaris.

Primero se realiza un ritual de bendición por la cosecha, donde se colocan en un ruedo, todos los personajes antes descritos, un Yachak de la comuna procede con el ritual, bendice y todos se van a la tarea.

Una voz fuerte emana desde lo alto de la loma, es tayta José, encargado de entonar el cántico expresando en diversas tonalidades entristecidas y a veces alegres del Jahuay, “Jahua, Jahuayyyyyy” todos responden en coro “Ja, Ja huayyy …. Jahuayllaaaa.. a Jahuay”, y así durante todo el tiempo de la cosecha se interpretan estos cantos acompañados de expresiones dirigidas a Dios, a los santos y al Niño Jesús, todo en idioma kichwa. Las coplas se repiten mientras avanza la cosecha en una hectárea y media de cultivo de trigo.

Este día los campos reciben una serenata, con estos llamativos cantos en las alturas del Cañar, mientras las espigas empiezan a ser cortadas. En un momento los trigales se llenan con la presencia de los comuneros y se matizan con el negro de la chusma, (especie de poncho de bayeta de lana de borrego amarrado a la cintura del barón), las camisas blancas bordadas, los pañuelos de colores amarrados en los sombreros blancos de lana, los zamarros (pantalón de cuero de oveja) y las polleras multicolores de las warmis chaladoras y segadoras.

En el otro extremo, los cargadores se alistan; más allá un grupo de músicos preparan sus instrumentos autóctonos para acompañar la cosecha, todos trabajan en cuadrillas, el mayordomo y mayorales a caballo hacen apresurar el corte, mientras un grupo de mujeres brindan chicha de jora a los trabajadores. El clima también favorece la cosecha; el sol y el viento en dualidad espantan a la lluvia que insiste en caer.

Lo cosechado este día se trillará y pasará a la cooperativa Mushuk Yuyay de propiedad de los socios que conforman la Tucayta, ente que aglutina comunidades de la zona, aquí también se produce harinas, otra parte se irá a la venta en el mercado y luego se pasará balances con la cooperativa, anuncia el dirigente.

Los cargadores en dos cuadrillas empiezan el traslado de todo lo que van cortando, en sus espaldas, sobre la cushma, llevan un cuero de oveja para evitar ser lastimados por las gavillas de trigo; las mujeres chaladoras ayudan a armar la carga, que es amarrada con largas betas de cuero de res, luego cargan a la espalda, se ponen en fila y a la voz del mayoral y mayordomo, recorren bailando y cantando al son de la música de un grupo que los acompaña hasta la parva. Así van y vienen durante todo el día.

A medio día la quipa suena otra vez y convoca al almuerzo, todos vienen, antes se reúnen y bailan con las chaladoras, luego pasan y arman una gran pampamesa, hombres a un costado, unos detrás de otros y las mujeres a otro lado.

Todos tienden el mantel en el medio y depositan sus kukayos, el más anciano del grupo bendice la mesa y todos se alimentan con los frutos y delicias de la Pachamama. Las cocineras también sirven platos de caldo de res y papas con cascara preparados en leña. El mayordomo aún en la comida no descuida su rol.

Luego de alimentarse se brinda una copa de trago para retomar fuerzas y continuar con la faena hasta las cinco de la tarde, donde se termina el corte de trigo; ante el llamado de la Quipa se concentran alrededor de la parva, reciben bendiciones y agradecimientos, luego de un baile se retiran con la alegría de haber cumplido con el trabajo en minga.

Gabriel Guamán, un tayta que trabajó en aquellas épocas en la hacienda, narra con aflicción: “yo era peón en la hacienda desde que tuve 10 años, cuando mi padre trabajaba y murió trabajando en la hacienda de Guantug, yo quedé para asumir su cargo, veía como maltrataban a la gente, montados a caballo nos pegaban, había que ponernos de rodillas y sacar el sombrero para pedir perdón al mayordomo o a los mayorales, cuando se regaba un poco de gavilla o pasaba cualquier accidente involuntario, nos pegaban con el chicote desde los caballos, vi como pegaban a la gente sin compasión alguna, todos fueron maltratados y recuerdo como mis padres contaban el sufrimiento que vivieron ellos y mis abuelos y mis otros ancestros en la hacienda, aquí estamos representando pero sin castigo”.

La dueña desde Ger, Purubín, Malal, Guantug, San Pedro y mucho más era la niña Florencia Astudillo, “no le conocí pero hablaban mucho de ella, mis padres contaban que a ella le traían cargada en andas. Gracias a que vino la Ley de la Reforma Agraria y parcelamos las tierras en 1964, ahora podemos trabajar para educar a nuestros hijos y no sufran como nosotros”, concluye el tayta cañari.

Antonio Guamám, presidente de la cooperativa Quilloac, dice que la agricultura esta de bajada, “desde hace 60 años atrás estamos realizando la agricultura y los jóvenes no están presentes, por un lado la educación ha favorecido, pero por otro nos aleja de los campos. Hoy estamos disfrazados, aunque el trigo no es nuestro, fue traído por los españoles, nuestro grano fue el maíz; sin embargo, esta gramínea beneficia nuestra alimentación, las mujeres que chalan el trigo, con su harina hacen pan, tortillas y buñuelos”. (I)

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