
El acceso al Abuga es por la parroquia Bayas. Desde la vía principal se toma un camino de tierra, se puede ir a pie o en vehículo y se llega hasta el lugar conocido como el parqueadero. De ahí el paso es, únicamente a pie, se camina cerca de dos kilómetros para llegar a la cima.
Al llegar a la última curva, luego de aproximadamente una hora, se observa un rostro plateado gigante cuando se mira al cielo. En ese instante, cuando la Virgen está a la vista, el cansancio pasa a un segundo plano.
Una vez en la cima, el visitante queda maravillado, no solo por tener a su lado a la gigantesca imagen de la Virgen de la Nube que sostiene al Nino Jesús en un su mano izquierda y un ramo de tres azucenas en la derecha, sino además por la imponente vista.
Este sitio es un imán para los visitantes, pues desde ahí se tiene una panorámica de Azogues y algunas de sus parroquias como: Bayas, Guapán, Cojitambo, entre otras.
Según fray Fausto Suárez, administrador del monumento, este lugar es ideal por su significado y ubicación. Recuerda que hay capítulos de la Biblia, especialmente en el antiguo testamento, donde Dios pide a los creyentes subir a un monte o cerro para salvarse; por ello considera que la ubicación de la Virgen en el Abuga, también, tiene teológicamente un significado, «estar más cerca de Dios», dice.
Mientras que para los que tienen otras creencias pueden visitar el lugar por turismo o deporte; en ambos casos, asegura, la gente se queda maravillada al llegar.
Aunque a la imagen se la puede visitar todos los días, fray Suárez explica que hay fechas especiales. El primer domingo de cada mes se realiza una procesión y una misa en la cima; otra fecha importante es el Viernes Santo, cuando se recuerda la Pasión de Cristo.
La mirada desde el cerro es envidiable, pero mejora cuando se accede, por una pequeña puerta de madera color café y se sube unas escaleras espirales, hasta un balcón de hierro a los pies de la imagen de la Virgen.
Lo primero que se observa al traspasar la puerta es la vista panorámica. En el balcón de hierro está una placa donde se lee: “Gratitud al señor Carlos Morocho Calle por la donación de este pasamanos”. Este nombre, según cuenta fray Fausto, es una evidencia de que la obra fue realizada con el aporte voluntario de los fieles. Los trabajos para remover la tierra y subir los materiales se hicieron con mingas, mientras que la construcción de las piezas y su ensamblaje se realizó con personal especializado de Quito. Al final la obra costó, aproximadamente, 1.600.000 dólares, dinero que fue donado, en su mayoría, por fieles migrantes de la Virgen de la Nube.
Mirarla de cerca es como tener junto a un gran rompecabezas, pues cada pieza de la Virgen, está unida por una especie de remaches.
La idea de crear este monumento nació del franciscano fray Manuel García, quien desde 2004 empezó a planificar la obra.
Luego de conseguir la donación del terreno y gestionar los recursos, empezó la construcción, que duró cerca de dos años. Fue un proceso largo que incluyó obras como la fundición con bases de hierro, realizar los moldes de la imagen en madera, armar las piezas, etc. Todo eso está registrado en fotografías que se las puede mirar cuando se visita la imagen y se accede por su interior hasta el balcón de la Virgen.
Suárez destaca que en Ecuador solamente existen dos imágenes con similares características, la Virgen del Panecillo, en Quito, y esta. Una diferencia, dice, es que la ubicada en Azogues es 100 por ciento realizada en Ecuador. Aunque este religioso viene con frecuencia al Abuga, afirma que cada vez que llega siente que está más cerca de Dios, y su lugar favorito es donde se celebra la misa. “Tomando palabras no religiosas, es un sitio mágico”, asegura.
Además, en todo el camino se puede admirar plantas como el peleusí, las azucenas, eucaliptos, es decir, hay diferentes motivos para visitarlo.
Por su tamaño y costo la obra fue cuestionada al decir que era muy onerosa y que había otras necesidades; sin embargo, para fray Fausto Suárez, lo importante es que la gente de Azogues tiene con esta imagen, una nueva forma para vivir la fe.
Juan Gualpa tiene 67 años y desde hace más de 30 vive en Quito; se confiesa como un devoto de la Virgen de la Nube. Cuenta que cada vez que llega de visita a su ciudad natal, cuando asoma la cabeza por la ventana del carro y ve la gigantesca imagen, se tranquiliza, pues sabe que ya está en casa.
“Cuando la veo me siento tranquilo, reconfortado”, dice este hombre y recuerda que cuando era niño subía al cerro con un tío. De esos días aún tiene grabado algo en su mente, que en la cima había una cruz de madera y la alegría de corretear y coger algunos cuyes para llevarlos a casa.