
Más pudo la curiosidad que el frio y la impaciencia de una multitud que se reunió la noche del martes hasta las primeras horas de la madrugada de ayer, en el coliseo del Instituto Quilloac de la comunidad del mismo nombre, en Cañar, para aplicar justicia comunitaria a tres jóvenes, entre ellos un menor de edad, acusados del robo de un celular.
La casa comunal quedó pequeña para recibir a más de mil indígenas y habitantes de los barrios y ciudadelas del sector de Quilloac, entre ellos varios niños de todas las edades que, en busca de un espacio más amplio se dirigieron al coliseo del plantel educativo, en donde, a las 21 horas, el Tribunal de Justicia Indígena inició el proceso.
Luego de algunas intervenciones de los miembros de la mesa directiva que, en general criticaron la actuación de la justicia ordinaria, ingresaron los presuntos implicados, quienes descalzos y con la cabeza baja se sentaron frente del gentío que en los graderíos aguardaba en silencio.
Intervino Kévin, el joven que fue objeto del robo, quien relató los hechos y denunció la violencia que habrían utilizado con él los tres jóvenes, a quienes señaló directamente como los responsables. También habló el padre del agraviado, quien habría dado la voz de alerta y ayudó a capturar a los tres jóvenes, el pasado viernes.
Sin mediar violencia ni física ni verbal, los jóvenes acusados aceptaron ante la concurrencia ser los responsables del hecho, pidieron disculpas y justificaron su proceder diciendo ser consumidores de sustancias.
Los familiares de los implicados no les defendieron porque al parecer ya sospechaban algo de eso y solicitaron una segunda oportunidad y ayuda para que los jóvenes ingresen en un centro terapéutico.
Cuando se dio la oportunidad para que el público intervenga, pasaron más de 15 personas, la mayoría para acusar a los jóvenes de ser los responsables de otros robos y agresiones cometidos en diferentes sectores del cantón. Algunos fueron muy drásticos, como Manuel Tenelema, de Huayrapungo, quien, al referirse a los robos que se estarían presentando en la comunidad dijo: “Para nosotros no hay pendejadas, si agarramos metemos candela”
Mientras continuaban las denuncias, un indígena llenaba con agua una inmensa tina que fue colocada en el centro del coliseo; el yachak, Kusi Cayo Cungachi, (líder de la comunidad), preparaba los atados de hierbas, con tres tipos de ortiga, y los chicotes con los que horas más tarde azotarían a los acusados. Había también un pomo grande de color amarillo, que según dijeron contenía gasolina, “por sí el pueblo decide prenderles fuego”.
La madre de uno de los jóvenes, de 49 años, con los ojos enrojecidos, sentada detrás del tribunal, escuchaba las intervenciones y con desesperación de reojo miraba a su hijo que durante casi todo el proceso no levantó la cabeza.
Con vos baja relató que tiene seis hijos, el menor de los cuales sufre de discapacidad intelectual. Con la mirada perdida, como sin esperanza, comentó que tres de sus hijos andan en drogas, que el que estaba siendo juzgado recién había salido de la cárcel a donde había ingresado a causa de las drogas y por las malas compañías. “Él era un buen deportista, andaba en competencias de judo”, dijo.